1572 es el año en que los historiadores dan por concluido el proceso de conquista, lo que no quiere decir que los españoles no tuvieran que sufrir aún un buen puñado de rebeliones indígenas.
En general, la chispa que las provocaba era algún tipo de abuso del que se presentaba la correspondiente queja a las autoridades sin que éstas atendieran la cuestión, optándose por echarse al monte reivindicando el romántico pasado perdido.
Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX los historiadores peruanos especializados en el tema recuperaron de cierto pseudo-olvido un movimiento que, aunando factores culturales y religiosos, servía de poso espiritual para asentar y explicar esa sucesión de insurrecciones más allá de las causas inmediatas: el Taki Ongoy.
Aunque en un primer momento Pizarro se hizo fácilmente con el control del Perú mediante la captura de Atahualpa en Cajamarca, con la que descabezó la rígida estructura jerárquica del Tahuantisuyo, ello no significó en absoluto que el país pudiera darse por dominado.
Ni siquiera la ejecución del Sapa Inca favoreció un punto final, ya que algunos de sus generales, como Quisquis, Calcuchimac y Rumiñahui, presentaron seria resistencia e incluso el gobernante nombrado por los españoles, Manco Inca, terminó sublevándose y estuvo a punto de reconquistar Cuzco antes de tener que retirarse y ocultarse en Vilcabamba.
Durante los años siguientes todo quedó relegado a un segundo plano ante las guerras civiles que enfrentaron a la Corona con los encomenderos por la aplicación de las Leyes Nuevas, mas, a su término, en 1554, aún quedaban algunos flecos pendientes para que aquel territorio pudiera desarrollar cierta estabilidad. Manco Inca había muerto en 1545 pero sus descendientes recogieron el testigo: primero su hijo Sayri Túpac, que recurrió a emboscadas ocasionales aunque al final terminó acordando la paz y convirtiéndose al cristianismo; luego el vástago de éste, Titu Cusi Yupanqui, que siguió una senda parecida; y finalmente su hermano Túpac Amaru I, que volvió a proclamar el Tahuantisuyo (el imperio inca) sumiendo al país en un nuevo estado de guerra hasta ser derrotado y ejecutado en 1572.
A partir de ahí la situación se relajó un poco, como decíamos antes, pero aún habría varias insurrecciones más, por lo que es interesante echar un vistazo al citado Taki Ongoy. Se trata de una expresión quechua (Taki Unquy, en original) que significa algo así como canto de las estrellas (taki=canto, ruido, sonido; ongoy= constelación, estrellas), en alusión a los cánticos y danzas rituales que practicaban los indios poseídos por los dioses antiguos, que estarían enfadados por la suplantación cristiana, exigiendo la vuelta al culto previo y la restauración del viejo imperio inca para iniciar un nuevo ciclo cronológico. Hasta entonces habían pasado cuatro de mil años cada uno, terminados respectivamente con grandes catástrofes, la última de las cuales fue la pérdida del Tahuantisuyo a manos del invasor; llegaba el momento de iniciar otro y retornar a las costumbres tradicionales, por lo que quien no colaborase se convertiría en llama o peor aún, acabaría maldito, caminando con la cabeza debajo y los pies arriba.
El Tanki Ongoy nació hacia 1560 en Huamanga (Ayacucho), una localidad andina que la mitología identificaba con el lugar donde Viracocha habría descansado dando de comer a un halcón (la etimología del nombre sería Guaman ka, o sea, «Toma, halcón») y que históricamente fue sucesivamente ocupada por varios pueblos diferentes, desde los huarpa originales a los incas, pasando por los wari, pocras, chancas y muchos más.
Desde allí, el movimiento fue saltando de ciudad en ciudad, de aldea en aldea, dotando de una inspiración mesiánica común a quienes se fueron levantando en armas contra los españoles en repetidas intentonas, en lo que se ha dado en conocer como la Rebelión de las Huacas. Una huaca era una manifestación sagrada proyectada sobre cualquier cosa, fuera ésta un lugar, un objeto, un cuerpo celeste o incluso un animal, si bien hoy designan fundamentalmente a templos y rincones de culto. Pero el Tanki Ongoy aportaba una novedad en ese sentido, pues las huacas se encarnarían en los cuerpos de los insurrectos, dotándolos de espíritu divino, que se manifestaba en la posesión o trance en el que entraban con las pinturas corporales, la música y el baile ceremoniales.
El responsable de la creación del movimiento fue un indígena llamado Juan Chocne, un visionario que difundió personalmente su ensoñación predicando de forma ambulante junto a dos mujeres que se hacían llamar Santa María y María Magdalena. La aparición de un profeta que vaticina un cambio de era, animando a rebelarse contra el poder y prometiendo la invulnerabilidad de los guerreros forma parte de la parafernalia habitual de este tipo de situaciones y hay numerosos ejemplos en la Historia, como el hermano de Tecumseh intentando unir a todas las tribus contra los blancos o la hechicera Nehanda en el levantamiento de los shona africanos, por citar un par de ejemplos.
En cualquier caso, si bien Chocne no incitaba a tomar las armas y su mensaje era fundamentalmente religioso (los dioses se encargarían de resolver las cosas), dio más base a la rebelión ya mencionada de Titu Cusi Yupanqui, que se autoproclamó Sapa Inca y lanzó ataques esporádicos y sorpresivos contra pueblos, ciudades, haciendas y caminos, obteniendo un rico botín. Pero el gobernador Lope García de Castro llegó a un acuerdo de paz plasmado en 1566 en el Tratado de Acobamba, por el que Yupanqui aceptaba ser bautizado y admitía la presencia de misioneros y un corregidor en Vilcabamba a cambio de vastas propiedades inmuebles, una importante renta anual, una encomienda sobre los indios a su cargo y un matrimonio de alcurnia.
Túpac Amaru I quiso vengar su presunto asesinato (en realidad parece que murió de pulmonía pero se acusó a los religiosos de envenenarlo), rompiendo el tratado. sin embargo, Chocne falleció también en 1570 y el virrey Francisco de Toledo envió una expedición al mando de Martín Hurtado de Arbieto que, tras tomar Vilcabamba y apresar al inca, lo llevó a Cuzco para su ejecución y posterior descuartizamiento preceptivo.
Paralelamente, la resistencia espiritual fue vencida a lo largo de aquellos dos años por el visitador eclesiástico, Cristóbal de Albornoz (entre cuyos ayudantes figuró el célebre cronista indígena Felipe Huamán Poma de Ayala), que obligó a los participantes en el movimiento a abjurar públicamente, multando a los curacas que colaboraron y enclaustrando a las mujeres en conventos.
No obstante, el mesianismo perduró en el recuerdo y quedaría subrayado posteriormente, hacia el siglo XVIII, con la aparición de un curioso personaje folklórico llamado Inkarri (nombre resultante de contraer las palabras inca y rey), del que hay diversas versiones debido a que pervivió exclusivamente por tradición oral; sintetizaba en una misma figura al engañado Atahualpa, al martirizado Túpac Amaru II y a las divinidades andinas prehispanas.
Hoy es un mito popular limitado a fiestas y arte, especialmente en las regiones de Ayacucho, Huancavélica y Apurímac, siendo su manifestación más típica la Danza de las Tijeras, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde 2010.
Fuentes: El inca Titu Cusi Yupanqui y su tiempo. Los incas de Vilcabamba y los primeros cuarenta años del dominio español (Liliana Regalado de Hurtado) / Movimientos milenaristas y cultos de crisis en el Perú. Análisis histórico y etnológico (Arturo Enrique de la Torre y López) / Breve historia de los conquistadores (José María González-Ochoa) / Los indios del Perú (Juan M. Ossio) / Wikipedia.
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